De La Sagra a Brasil: Diario de una aventura (capítulo II)

Capítulo I pinchando aquí. Tras varios meses de reuniones, búsqueda de recursos y planificación, parte del grupo viajó a Salvador de Bahía en Brasil para comenzar nuestra aventura. Nadie esperaba lo que nos tenía preparado el mundo…

El decreto de estado de alarma general, cierre de fronteras en todo el mundo y el pánico generalizado nos sorprendió en el lugar en el que hoy escribo estas letras: Aldeia Hippie de Praia Arembepe. Después de unos meses en Salvador de Bahía intercambiando trabajo por hospedaje, entendiendo la cultura y lengua de Brasil, conociendo las dificultades vitales de la población general así como el movimiento feminista en la ciudad, encontramos por casualidad este pequeño paraíso de tranquilidad tan necesario tras el carnaval. Con la calurosa acogida de la pequeña comunidad de moradorxs de Aldeia, resolvemos comenzar aquí el proceso de creación teatral con un grupo de unxs 15 niñxs emocionadxs con nuestra presencia.

Cuando por fin comenzaba a tomar forma, recibimos la noticia de que teníamos que regresar a España de forma inminente. Tras la incredulidad inicial, llegó la depresión de los planes frustrados, nos encontrábamos de nuevo en el punto cero. Tras varios intentos de rescatar la motivación y el espíritu del proyecto caímos en la inactividad de dos meses de cuarentena en los que cada dos semanas esperábamos con esperanza que todo volviera a ser como antes. Pero el verano llegó y nada era como antes, el baile de máscaras continuaba y cada vez era más imposible plantearse retomar el proyecto. Con nuestros ahorros mermados, las fronteras cerradas y la prohibición de las reuniones sociales, nuestras energías y motivaciones se iban disipando.

Ya en julio entró un soplo de aire fresco en las fronteras europeas y con esa brisa llegamos a Portugal. Continuando con el esquema de intercambio de trabajo por alojamiento encontramos allí los mismos problemas que habíamos vivido meses atrás en Salvador. El reparto de tareas en los hostales estaba dividido exactamente de la misma forma. Las mujeres hacían la limpieza mientras los hombres se encargaban de la manutención. No fueron pocas las veces que a los dos lados del Atlántico escuchamos la frase: «Lo siento, sólo aceptamos voluntarias mujeres porque el puesto es de limpieza.» Ante nuestra perplejidad e indignación conseguimos la aceptación de nuestro compañero para el puesto de limpieza en Brasil pero no en Portugal.

El acoso fue otra de las grandes constantes en nuestro paso por los hostales, donde a menudo se confundía la necesidad de alojamiento en un país extranjero con la obligación de envolverse con el dueño o encargado del establecimiento. Charlando con las compañeras, todas habían vivido situaciones semejantes en uno o varios momentos del viaje, llegando a protagonizar escenas realmente bizarras o incluso teniendo que huir a su suerte para evitar males mayores.

Así, seguimos aprendiendo e intercambiando experiencias con la flexibilidad que nos proporcionaba no estar sujetxs a la financiación del proyecto (ya que no existía) y tras tres meses en tierras lusas, recibimos la noticia de la inesperada reapertura de las fronteras brasileñas. En ese momento todo se tambaleó de nuevo ante la riesgosa posibilidad de volver a Brasil, uno de los países más afectados por la pandemia en ese momento. Durante todo este tiempo, yo había seguido en contacto con la aldea, viviendo a la distancia las dificultades de la pandemia en tan recóndito lugar, las inundaciones del invierno y la falta de estímulos de aquel grupo de niñxs que echaban de menos los talleres de teatro que realizábamos. Tras pensar y repensar la infinidad de posibilidades que tenía como persona y como impulsora del proyecto Surmanas, decidí volver a la aldea e instalarme aquí con el objetivo de trabajar con el grupo a medio y largo plazo. La vida aquí tiene la peculiaridad de ser «artesanal». Todo cuesta mucho trabajo ya que está bastante alejada de los grandes núcleos de población con comercios, atención médica y centros educativos. Cada día exige muchas horas de trabajo para alimentarnos, mantener nuestras casas y nuestra salud. Tareas como cuidar la huerta para comer, buscar agua para beber, producir y vender artesanías para comprar las cosas necesarias requieren mucho esfuerzo y atención. Pero al mismo tiempo es una tierra con muchas oportunidades, y podéis acompañarme en este blog para conocerlas. ¡Hasta el próximo capítulo!

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