El valor de la escuela pública

El pasado sábado 13 de enero del 2018, de madrugada, hubo un incendio provocado en el centro de educación secundaria “Profesor Emilio Lledó” de Numancia de la Sagra (donde cursan jóvenes de Pantoja y Numancia), y es que muchas veces no nos damos cuenta de la dicha que tenemos. En mi caso, por suerte, he podido descubrir otras realidades en diferentes lugares del mundo, y una de mis andadas me llevo a Perú. Vamos a comparar que es para unos/as y para otros/as la educación pública.

    En octubre del 2016, estuve tres semanas colaborando con una entidad en una ciudad llamada Huamachuco (provincia de Sánchez Carrión, departamento de La Libertad), la segunda zona más pobre del Perú, situado en la cordillera de los Andes, a casi 5000 metros de altura. Allí viví una realidad muy diferente a la de España respecto a lo que la educación pública, allí vi una cosa que sorprendería en occidente. Tuve la oportunidad de comer en una casa de una señora que trabajaba y vivía en el campo a las afueras de la ciudad, tenía 2 hijos y 2 hijas (de entre 7 y 11 años), y solo dos de ellos/as tenían la suerte de ir a la escuela mientras que los/as otros/as dos pasaban todo el curso trabajando para poder pagárselo a sus dos hermanos/as. Esto dependía del año, se iban turnando (y os podéis imaginar lo que esto significa para su crecimiento, madurez e independencia). Para llegar a la escuela, tenían que caminar 9 Km y para ir a secundaria 22km o ir en camión, como aparece en la siguiente foto.

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Niños/as de secundaria recorriendo 22 km en camión para poder ir a clase en Perú

    Incluso sus escuelas eran a veces al aire libre, o casas que los/as vecinos/as rentaban y donaban para poder dar clase ¿Os podéis imaginar eso en Europa en el siglo XXI? Pues es una realidad que existe aunque no la veamos. Los chicos y chicas que tenían el “privilegio” de poder ir a clase eran felices de contar con alguien que les quisiera enseñar, de tener un espacio en el que ir y descubrir, de aprender matemáticas, lengua y comunicación. Eran felices de poder compartir lo que tenían y sabían con los demás.

    Y esto me lleva a la pregunta del ¿por qué? ¿Por qué prender fuego a algo que es de todas/os y para todas/os? ¿Por qué alguien querría destruir algo que nos ha costado mucho conseguir? ¿Cómo ha conseguido la educación publica, o las personas encargadas de ella, que se le desprecie hasta el punto de querer incendiar un centro?

    Para conocer un poco más qué había pasado he querido contactar con Belén, directora del centro, también vecina de la localidad, quien me ha comentado que “han pasado muchas cosas”. Relata que durante la noche del incendio alguien se coló en el centro y trató de prender fuego al instituto, “por suerte, si es que se puede agradecer algo, el fuego no llegó a mucho y solo un aula se ha visto perjudicada”, aunque, según ella nos contaba, “todo el pasillo de tercero y primero de bachiller huele todavía a humo” (en el Facebook del centro podéis ver fotos de como quedaron el aula y los pasillos). También le preguntamos qué repercusión tendría esto en los presupuestos del centro a lo que contestó “estoy en ello, pero es un acto de vandalismo claro” así que esperan que, tras la visita del asesor, la dirección provincial se haga cargo de los desperfectos. Pese a todo la Directora ha querido agradecer al AMPA el esfuerzo que ha hecho “ayudando mucho más de lo que podría esperar”, tanto anímicamente como en temas de coordinación del centro.

     Después de escuchar esto de la directora, decidí contactar con la directora del AMPA que me comentó que lo primero que se le ocurrió fue “llamar a la directora e ir a su casa para acompañarla al centro si ella quería”. También nos ha contado que “pese a que los/as profesores/as estaban un poco perdidos/as esta mañana” (refiriéndose al lunes siguiente después del incendio) los padres, madres, alumnos y alumnas se habían enterado de todo gracias a las redes sociales del instituto. Nos ha comentado que lo que los padres y madres reivindican y quieren ahora son cámaras, interiores y exteriores, comprobar si se pudiesen poner verjas en las ventanas dependiendo de las leyes de desalojo, que patrullasen más policías y que harán “cualquier cosa para lograr más seguridad” ya que “no es la primera vez que pasan estas cosas y como siga así, no será la última”. Aunque de todo esto, ellos/as, como madres y padres del alumnado del centro, han dejado claro que “es ahora cuando se ha visto el valor del AMPA y de su gente, entregada, preocupada, participativa y dispuesta a crear, junto al resto de la comunidad educativa, un sitio donde trabajar, crecer y colaborar para el futuro”.

    Otro ejemplo vivido cerca de mí donde no existe educación pública es la que mi compañera de trabajo, María (coordinadora de Proyecto Kieu), vivió cuando estuvo en Ghana donde llegó a ver a jóvenes reñir y enfadarse para ver quién conseguía una de las escasas plazas de escolarización que en este país se ofertaban.

    Por esto esto y desde mi posición de defensor de lo público, condeno el ataque y no entiendo ningún tipo de justificación para lo sucedido. Aunque de todo esto me quedo, como me decían tanto la directora del centro como la presidenta del AMPA: con la reacción de los padres, madres, vecinos y vecinas de la comarca que han denunciado los hechos y todas las ayudas que entre unos/as y otros/as se han ofrecido para que todo volviese a la normalidad lo antes posible.

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«Escuelita» de uno de los barrios más desfavorecido de Huamachuco
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