Por Noelia González
Pasado este 8 de marzo, empiezo este artículo esperando que este día, el de la Mujer, llegue a desaparecer porque la igualdad sea real y efectiva. A día de hoy sigue sin ser así.
La brecha salarial entre hombres y mujeres continúa superando el 20%, esto se traduce en la brecha de las pensiones, que actualmente se encuentra en el 37%. Esto no solo sucede porque la falta de igualdad produce un techo de cristal que nos impide el acceso a puestos de responsabilidad. Si no que las ofertas de empleo son diferentes entre hombres y mujeres. El cuidado al otro es donde las mujeres encuentran más ofertas de trabajo, y son estos trabajos los peores remunerados en nuestra sociedad.
Y no es que las mujeres no podamos ser jefas o líderes de equipos de trabajo, es que el machismo nos lo sigue impidiendo.
Es el machismo social el que anima a los hombres a estudiar carreras de investigación y liderazgo y, a mujeres, a estudiar carreras de cuidados. La brecha de género parte, como siempre, de la educación que recibimos, tanto en casas como en las escuelas.

Esta brecha de género se ha visto claramente durante la pandemia, donde las mujeres, de nuevo, hemos seguido ejerciendo labores de cuidado a familiares, mientras vivíamos en nuestros trabajos las consecuencias de nuestras profesiones. Enfermeras, personal de ayuda a domicilio, docentes, servicios sociales. Todas ellas carreras cuyo objetivo es mejorar la calidad de vida de las personas y que no tienen el respeto que se merecen por el simple hecho de ser las mujeres quienes los realizan. Además de la presión añadida que nos hemos encontrado en nuestros trabajos, hemos llegado a casa y hemos seguido cumpliendo con las responsabilidades impuestas por la sociedad patriarcal, que es el cuidado de nuestros mayores, nuestros niños, nuestras parejas y la casa.
Como siempre los 8 de marzo, veo mensajes de algunos hombres y mujeres, diciendo que porqué las feministas no nos vamos a países islámicos a luchar por la igualdad de las mujeres. ¿Por qué vamos a irnos con todo el trabajo que queda por hacer en nuestro país? Porque la única manera de hacer ver a otras mujeres que la igualdad es posible es luchando por nuestros derechos en nuestra propia tierra.
Da igual las leyes que están escritas en papel si no marcan la diferencia en la realidad social. Actualmente las leyes son solo palabras escritas sobre papel.
Hoy vivimos una realidad que parece sacada de una película, tan inimaginable era una pandemia como una guerra en Europa. El causante, un hombre, como siempre. El que toma el papel de mediador, otro hombre. El presidente del país atacado, más de lo mismo. Porque si queremos un claro ejemplo de techo de cristal no tenemos más que echar un vistazo a los líderes mundiales. A nuestros representantes que solo representan a la mitad masculina de la sociedad.
Los héroes, los combatientes, también hombres. La ley marcial ucraniana obliga a que se preparen para la lucha armada los hombres entre 18 y 60 años. ¿Pero qué pasa con las mujeres? Ellas, con una mochila como apoyo se marchan, como pueden, del país. Con sus hijos a cuestas y sabiendo que el cuerpo de la mujer siempre ha sido el campo de batalla preferido para los soldados en toda guerra y después de ella, porque la guerra crea traumas de violencia y un aumento del alcoholismo que provoca que sus mismas parejas se conviertan en sus verdugos una vez que vuelven de ella.
Nada cambiará en nuestra historia mientras sigamos obedeciendo los mismos patrones, las guerras seguirán siendo cíclicas mientras los hombres en el poder sigan adictos a él. Carecen de empatía porque solo han tenido que preocuparse de sí mismos.
Quizás es la empatía que a las mujeres nos sobra, porque siempre nos hemos encargado de los demás.
No nos damos cuenta que para que haya progreso y paz, no podemos seguir lideradas por los de siempre. No tendremos diferentes resultados si seguimos con las mismas dinámicas. Esa, señoras es nuestra guerra.
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