Por: José Alés
¿Qué es realmente la normalidad? ¿Qué se entiende por “normal” exactamente?
Veréis, según la RAE (Google tiene las respuestas para todo hoy día) lo normal es “todo aquello que sirve de norma o regla y se ajusta a ella sin exceder ni adolecer”. Aunque entiendo perfectamente la definición que da el diccionario, me parece demasiado pobre y escasa para definir un concepto tan ambiguo, así que he decidido buscar otra mucho más completa. Y no debo haber sido el único con esa intención, porque al final he encontrado una que se ajusta mucho más a lo que creo que la gente entiende por “normal”: “lo normal pasa a ser todo aquello que la población manifiesta con con más frecuencia según la edad, raza, origen, nivel socioeconómico, etc. De este modo, lo normal sería lo “ideal” mientras que lo anormal implicaría una desviación de la norma”.
Esto quiere decir que, si uno no piensa y actúa como la mayoría, es por definición social un anormal de manual. Basta querer salir del redil para que te tilden de oveja negra. Antes de seguir hablando de normalidad te voy a explicar por qué llevo haciéndolo desde el inicio del texto, así te oriento un poco.
La semana pasada escribí un pequeño texto en respuesta a la pregunta «¿dónde te ves dentro de diez años?» No te lo he dicho, pero llevo en silla de ruedas treinta y un años y a diferencia de otras discapacidades que permiten a quienes las sufren tener libertad de movimiento y autonomía, a mi la mía me hace ser bastante dependiente (pese a mover con bastante soltura cabeza, tronco y extremidades) y vivir por ello bastante limitado. Entenderás que me cueste responder a preguntas como esa, ya sea a corto, medio o largo plazo. La cuestión es que yo quería escribir algo genial, algo con lo que la gente se sintiese identificada conmigo. Y en lugar de eso, guiado por la rabia y la importancia, empecé a escribir algo que sin yo saberlo podía resultar hiriente para muchas personas que me importan.

De primeras, siendo dependiente de terceros como soy, empecé culpando a mis padres de que mi situación actual no fuese mejor de lo que es hoy día y asegurando que ni son ni serán nunca las personas adecuadas para ayudar a alguien en mi situación con las tareas de la vida cotidiana. Ni es verdad, ni debí ser tan injusto con ninguno de los dos. Es cierto que los achaques han hecho ya mella en ambos con el paso de los años y que sus habilidades van menguando con la edad, pero también lo es que hoy por hoy siguen partiéndose el espinazo por ayudarme con todo lo que no puedo hacer por mi cuenta, con o sin achaques y que siguen dejando que haga e intente hacer cosas por mí mismo aunque eso suponga estar muertos de miedo por lo que pueda pasarme. Puede que la discapacidad sea permanente, pero la paternidad también lo es y un padre tiene derecho a preocuparse como todo hijo de vecino. Debería empezar a preocuparme cuando ya no lo hagan, porque significa que ya no les importo yo ni lo que tenga que ver conmigo. No quiero ni imaginar lo que tiene que ser eso.
Yo sé de sobra que la sobreprotección cansa mucho, pero para mí también es la forma que tienen las personas a las que les importas ( sean familiares o amigos/as) de hacértelo saber. En cierto modo, resulta hasta enternecedor, ¿no crees? Además, mis padres no tienen la culpa de vivir bajo la influencia de un sistema que en lugar de darles pautas y medios para que yo pueda ser lo más autónomo e independiente posible, les obliga a pensar que lo más correcto es estar encima de mí para todo. Es como si una voz invisible les dijese que se olvidasen de que detrás del prefijo “dis-” aún sigue existiendo la palabra “capacitado”.
La masa social asocia la palabra discapacidad casi al instante con el hecho de que quienes la sufrimos podemos hacer menos cosas que quienes no la sufren. Algo de razón tienen, posiblemente habrá cosas que no podemos hacer nunca de la misma manera que una persona sin trabas ni limitaciones de ningún tipo, ya sea con o sin ayuda. La cuestión es que quiero que se entienda que el prefijo “dis-” no tiene que significar por narices que seamos capaces de hacer menos cosas que el resto, sino que podemos hacerlas de forma distinta. Un discapacitado de larga duración es como un zaragozano, tiene que saber buscarse las mañas.
Pero claro, necesitamos ayuda para mostrar nuestras habilidades y esa ayuda tiene que venir de aquellos/as cuyas habilidades se presuponen, de los/as poderosos/as e influyentes que redacten y apliquen leyes que nos respalden y velen por nuestros derechos y bienestar. Es evidente que una persona en silla de ruedas no puede subir a un autobús caminando, pero también lo es que hay una ley que obliga al/ a la conductor/a a llevar una rampa para que pueda hacerlo; la Ley de Accesibilidad Universal. Esta ley se recoge en el artículo 51/2003 de 2 de diciembre, publicada en el BOE y en la Constitución y obliga a eliminar todos los obstáculos y barreras que nos impidan desarrollar con normalidad las tareas de nuestra vida cotidiana, teniendo así los mismos derechos y opciones que los/as demás. Se refiere al transporte, pero vale para todo. El acceso es el acceso, tanto da que sea a un autobús o a una discoteca.
Uno de los problemas más grandes que yo veo es que la tendencia general hacia la persona con discapacidad ha sido y es siempre de auxilio inmediato, no de capacitación. Está genial que queráis hacer cosas por nosotros/as, pero estaría aún mejor que se nos enseñase a hacerlas por nuestra cuenta. Así, cuando la gente “capaz” que nos rodea nos falte, habremos aprendido a ser algo más que trozos de carne inútiles e improductivos en sociedad.
¿Por qué sigue habiendo medios de transporte y establecimientos sin acceso ni adaptación? Pues porque las leyes no se aplican correctamente por falta de interés y empatía social, así de simple. Pasa igual con las asociaciones fundadas para ayudarnos. No digo que no lo hagan, pero hay otras formas de hacerlo. Si te fijas en los anuncios que utiliza una de las asociaciones más grandes y mediáticas de España ( y no voy a dar nombres porque creo que ya sabes a cuál me refiero) te vas a dar cuenta de que siempre o casi siempre utilizan personas con una discapacidad notable, fácil de percibir. Y no es casualidad, lo hacen para despertar en el/la espectador/a lástima y compasión, dos armas que socialmente hablando sirven para vender neveras a los/as esquimales. Y lo saben perfectamente. En uno de sus últimos spots publicitarios, la famosa asociación utiliza como reclamo al elenco principal de la película “Campeones”, dirigida por el madrileño Javier Fesser y curiosamente todos/as tienen una discapacidad bastante severa.
Entre dichos actores se encuentra Jesús Vidal, natural de León. Al verlo hablar de una forma tan tímida y pausada en televisión podrías pensar que Jesús es discapacitado a nivel intelectual, pero te equivocas. Tiene una discapacidad visual de un noventa por ciento en un ojo y ha perdido la visión completa en el otro, pero eso no le ha impedido ser filólogo, tener un Máster en periodismo, ser actor y ganar por ello un Goya a Actor Revelación por su papel en la película. ¿A que ya no te da tanta penita? A muchos/as de nosotros/as la pena que te infundimos, querido/a lector/a, nos sirve para confiar más en nosotros/as mismos/as y demostrar que la pena nos la das tú. El hábito no hace al monje, chaval/a.
Hay miles de personas como Jesús, lo único que tienes que hacer para comprobarlo es abrirles más puertas cara al mundo laboral. Seguro que hasta que actores/actrices como él o “El langui” (también ganador de un Goya en la misma categoría por su papel en la película “El truco del manco”) hicieron su aparición en la gran pantalla, lo de tener en nómina a actores/actrices así era sencillamente impensable. Javier Fesser no se ha limitado a hacer una película, además ha podido enseñarte que las apariencias engañan, que los límites están únicamente en la mente de quien se los pone. Ya nadie va a poder decirte que lo de ser actor/actriz no es para discapacitados/as. Igual pasa con la política, el deporte, etc. El número de puertas que se nos abra dependerá de si se tiene o no predisposición para abrirlas.
En la antigua Roma ya se asociaba la discapacidad a la indefensión y la mendicidad. Cuanto mayor era la discapacidad, más grande era el beneficio que sacaban de nosotros/as haciéndonos pedir limosna. Una parte de ese arcaico y arquetípico pensamiento sigue vivo y latente en nuestra sociedad actual.
Hasta que no vea cumplirse la ley como es debido, hasta que yo no tenga el derecho pleno y absoluto que tienen los demás a hacer cualquier cosa que quiera hacer, todas las campañas o discursos que intenten convencerme de que ya lo tengo me parecerán lo mismo; formas de mendicidad moderna destinadas a cuidar la imagen corporativa de cualquier organización o institución política, nada más.
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