Han pasado más de cinco siglos del Renacimiento(XV-XVI), periodo histórico/cultural en el que el arte y el conocimiento se abrieron paso en Europa Occidental para dejar atrás La Edad Media e iniciar una transición hacia la apuesta por el desarrollo personal de cada individuo. Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel eran al mismo tiempo pintores, escultores, pensadores, arquitectos… Ya en nuestro siglo, también abundan los artistas versátiles como son los multi instrumentistas o los “Showrunners” (encargados al mismo tiempo de la dirección y la producción de una serie). Sin embargo, no muchos de estos creadores pueden desenvolver todas sus capacidades ya que la necesidad de sacar un beneficio económico de la actividad artística suele propiciar una especialización creativa para poder triunfar como profesionales. “Los artistas son héroes, tienen que vender su arte como mercenarios para sobrevivir, en un mundo que no entiende la función del arte”. Iván Arroyo es uno de los autores contemporáneos de espíritu renacentista, que sortea el conflicto económico-artístico ganándose el pan con la programación informática, que le libera para desarrollar su obra sin ataduras. Escultor, pintor, arquitecto, escenógrafo… Confiesa Iván que su madre le apoyó desde pequeño en su andadura artística, lo que le permitió desarrollar el gusto por varias disciplinas. Ahora, tras numerosas etapas, la escultura ocupa el lugar principal de su inquietud creativa.


Entramos al taller de Iván en Numancia de la Sagra, un local multiusos en el que conviven material de empresa con pinturas, fotografías y una imponente estatua presidiendo la escena. El artista cuenta que ha tardado más de un año en acabarla, ya que ha ido invirtiendo su tiempo de forma esporádica y esta no tiene una ejecución sencilla. Sin embargo, cuando habla de sus propias obras no denota un especial orgullo o afecto por sus piezas, más bien una cierta distancia y desapego. «Me interesa mucho más el proceso de crear la escultura que el resultado final. Del taller van directamente a mi casa, y les encuentro su espacio, igual que poner un jarrón o unas flores». «La justificación de la actividad artística está en la propia actividad. Cuando acabas, lo que queda es una especie de esqueleto de lo que fue el proceso. Este proceso es lo verdaderamente valioso». Entiende el transcurso hasta acabar la obra como un viaje, un trance que le permite pensar de forma mucho más lenta para adaptarse al ritmo del cincel. Verle trabajar la piedra recuerda más a un monje en plena meditación que a un escultor. La música ambiental acompañada por el constante raspar de las herramientas no impide sentir el silencio que invade la sala cuando crea.
«No diría que tengo un estilo concreto, siempre comienzo tocando, desbastando y trabajando la piedra hasta que me encuentro con una forma que me gusta, que dirige el resto de mi proceso. No trabajo lo conceptual, pero si tengo que clasificarme diría que me atrae lo orgánico, lo acuático. Me mueven las ideas de la fluidez y del ritmo, pero al final el estilo de un artista son solo sus manías«. El artista tiene una relación bastante íntima con la actividad escultórica, la idea de transformar un material rígido y estático en una figura llena de movimiento es una de sus motivaciones principales. Recoge las piedras de las canteras y sus alrededores, aunque a veces también encuentra buenos materiales en cualquiera de sus paseos. El proceso empieza antes del trabajo en el taller, convirtiendo la búsqueda en un entretenimiento y un aprendizaje más, dando uso a materiales que nunca habrían llamado la atención de nadie, sin necesidad de gastar dinero en piedras o en el envío de estas. «Por el campo hay piedras calizas o de yeso por ejemplo. Con tener una de yeso y una lima puedes hacer muchas cosas, aunque no sepas ni coger un cincel».
Tal y como lo describe, la escultura es una disciplina asequible a nivel económico y técnico, pero al mismo tiempo no es una práctica generalizada como la música o el cine. Confiesa que es necesario un espacio adecuado y estar dispuesto a mancharlo todo, además de tener una buena dosis de paciencia. «Muchos escultores realizan todo su trabajo con máquinas, radiales, martillos percutores… Yo lo hago todo de forma manual, mis piedras hay que tratarlas con más cuidado y artesanía y a menudo se me rompen por una raja interna después de días de trabajo. Es un bajonazo, solo puedes dar una patada a la pared, irte a tu casa y esperar unas semanas para volver al taller con ganas».
Iván ya había tenido mucho contacto con la escultura a través de varios cursos, pero tras entrar en la universidad su obra se centró en el videoarte, el cine o el teatro. Tras una crisis creativa hace unos años, volvió a recuperar la escultura como actividad sanadora. Piensa que hay numerosos aspectos personales que solo pueden desarrollarse a través del proceso artístico, al igual que sucede con otros campos de conocimiento e investigación como las matemáticas que sí están reconocidos. El arte por el arte es una justificación suficiente para él, y no es necesario ni siquiera que las creaciones sean estéticas o brillantes, ya que el resultado final es una anécdota más de la creación. El marco artístico tampoco ayuda, mercantilizado e insistente en la relación pasiva autor-espectador, olvidando la función social del pensamiento y desarrollo colectivo. «Como comunidad no tenemos claro para que sirve la actividad artística, no se le encuentra el sentido a pasar horas elaborando piezas si después no las vendes, como es mi caso». «Nuestra sociedad está estancada y se debe en parte a que no trabaja el proceso creativo. El día que comprendamos esto podremos transformar muchas cosas».
Tras horas de aprendizaje y charla, queda claro que Iván tiene muchas ideas y teorías diferentes sobre el arte, al mismo tiempo que rechaza los conceptos cuando realiza sus obras. Cuando trabaja, su mente conecta con su cuerpo para estar centrado en la piedra, fluyendo sin pretensiones, obligaciones o expectativas. Quizá el arte no tenga un aura de practicidad ya que intervienen en gran medida los sentimientos y las sensaciones, pero deberíamos plantearnos si para progresar necesitamos desarrollar nuestras emociones y pasiones, conectar con lo que nos hace únicos, esa búsqueda vital que va más de allá de cubrir las necesidades vitales, que es lo que nos ha hecho crecer como especie. Leonardo Da Vinci dejó escrito que: «Nuestras mayores tonterías pueden ser muy sabias». En cada error hay una oportunidad para aprender y en cada expresión artística, una voluntad de mejorar.
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