¿Es el reggaetón la nueva canción protesta?

Por Noelia González

Empiezo a escribir este artículo sentada en las escaleras del Conservatorio de Música de Toledo, donde traigo a mis hijos para diversificar y enriquecer su formación educativa. Me siento aquí tres tardes a la semana, y mientras escribo, disfruto de sesiones de ópera, piano, percusión y otros tantos instrumentos de los que poco a poco voy aprendiendo los nombres, y cuya armonía inunda las calles colindantes de arte, de ese que eriza los pelos de la coronilla y hace cerrar los ojos para agudizar la sensación de que las notas atraviesan el cuerpo dejándolo en un remanso de paz.

Pero han colgado el nuevo tema y vídeo de Residente y Don Omar, así que me he puesto los cascos, a tope, permitiendo y gozando de que el compás machacón sea el que marque mi ritmo cardiaco, que sus letras me hagan levantar la ceja y sonreír ante el descaro, atrevimiento y sabiduría popular de sus letras. Soy una amante de la música, de toda. La clásica, por ejemplo, ha sido compañera de viaje en mis sesiones de estudio, y siempre me ayudó a centrarme en el texto a memorizar. Sin embargo, como educadora social ha sido la música urbana la que me ha marcado el tempo.

La música clásica nació en casas nobles y era una más de las posibles actividades de entretenimiento de la clase alta. En cambio, la música urbana nació del pueblo, en los barrios más humildes, marcada por la percusión de los tambores desde los celtas hasta los africanos pasando por Latinoamérica, uniendo culturas hasta crear a través de sus letras y rimas un espacio cultural que reivindicaba su modo de arte, que denuncia las diferencias económicas y raciales que estrangulan al pueblo a través de la desigualdad social.

Dos formas de hacer música totalmente opuestas en todos los sentidos. Actualmente para ser músico profesional, tienes que pasar por cuatro cursos de conservatorio elemental. Seis de profesional y otros cuatro de superior (equivalente a carrera universitaria). Es un aprendizaje duro, tanto para los estudiantes como para sus padres, porque cualquier instrumento básico cuesta al menos 500 euros y aunque hay conservatorios públicos, no son gratuitos. Así que aquellas familias que pueden dar formación musical a sus hijos, son aquellos que económicamente se lo pueden permitir.


Fuente: Alvinch

La música urbana nace en la calle, es un aprendizaje autodidacta basado directamente en el talento, el aprendizaje libre y el esfuerzo. Por mucho que haya gente que critique este estilo, deben reconocer su éxito para conectar con su público, que es mucho. Pero puede haber jóvenes con talento que por diferentes razones no lleguen a desarrollarlo. ¿Qué pasaría si les damos las herramientas para hacerlo?

Ahora que la pandemia parece que empieza a terminar, y se observa un aumento de la violencia y la crispación en la población, la música tiene que empezar a obrar su magia. Ser consciente de su poder mediático y utilizarlo para dar un mensaje positivo a la población. Os pongo ejemplos, la canción patria y vida de Yotuel y Beatriz Luengo está levantando a todo un pueblo frente a la opresión.  Esto ya lo hizo John Lennon con Imagine, un himno de paz que no cambió la política, pero sí caló socialmente.

La música es arte, y el arte tiene el poder de educar a través de él a las personas que lo consumen. Pero si el arte no conecta con el cliente, el mensaje no llega.

Quizás los músicos, al margen de su formación y experiencias, deberían plantearse que ese poder social lo lograrán siempre y cuando estén unidos. Sin quitarse el mérito del esfuerzo unos a otros. Y deberían empezar a luchar para mejorar la situación de la industria musical para todos. Con una ley que les proteja laboralmente a todos ellos, a los músicos y a los profesionales que los acompañan.

Últimamente cuando pensamos en la industria musical se nos vienen a la cabeza yates y aviones privados. Pero como toda industria tiene una estructura piramidal y solo unos pocos acumulan la riqueza que les falta al resto. Iluminadores, montadores e incluso músicos, que lo han pasado muy mal durante la pandemia.

Para que os hagáis una idea, un médico estudia 10 años de carrera, un músico estudia 4 años de educación musical elemental, 6 años de educación profesional y 4 años de Conservatorio superior de música. Al menos los 10 años de elemental y profesional se realizan a la vez que el colegio y el instituto, con un sobreesfuerzo monumental. A un médico no le pedirías que trabaje gratis para demostrar su valía, pero a las bandas jóvenes se les hace tocar gratis para que demuestren si llenan o no el local.

Mural en Praga basado en la canción ‘Imagine’

Si canciones como Patria y Vida han podido remover a un pueblo y conciencias políticas, creo que como músicos sois capaces de uniros y luchar por los derechos que todo trabajador se merece y dejar de ser ninguneados por artistas con más fama, discográficas o salas de conciertos.

Esa magia, la de acercar la música la pueblo como cambio social, ha empezado a tomar forma en Magán, a través de la batucada que ha creado la escuela de música local, donde desde la percusión y la diversión, un grupo de personas están poniendo su granito de arena para acercar la música a todas las clases sociales. Y es que el dinero que vaya sacando el grupo se materializará en becas e instrumentos para la propia escuela. Porque el cambio social a través de la música no es algo nuevo, pero sí que parece haber sido olvidado.

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