Por: Angélica Rodríguez
Cuando era pequeña, mi abuela solía contarme cuentos mientras comía, ¡cuentos populares! Que de alguna manera todas y todos hemos crecido con ellos: Caperucita Roja, Pedrito y el lobo, los Tres Cerditos, en fin, y muchos más. Estos cuentos son una narración inventada, que suena bien, bonita, armónica, que capta la atención, y que llevan un mensaje que enseña o se queda en la mente de quienes lo escuchan. Y es que no solo aprendemos en la escuela, nuestra rutina es un aprendizaje sin parar…, porque aprendemos a través de los sentidos como la vista, el oído, y en la medida que nos relacionamos con otras personas. Y es entonces cuando los cuentos, los mitos, las leyendas, se convierten en una manera de entender y explicar el mundo, y poder contárselo a otras personas. Caperucita venía a contar que existen personas que hacen daño para lograr un beneficio propio; Pedrito y el Lobo, que no hay que mentir. Seguramente quienes crearon por primera vez esta historia, vivieron este tipo de situaciones, y para aprender de ello, crearon una historia de la que también pudieran aprender otras personas, ¿no? Lo que ocurre es que muchas veces el relato puede llevar una parte propia, pero también puede tener una interpretación que hemos escuchado a otras personas, y que nosotras o nosotros hacemos nuestro. “La mujer tiene más malicia que el hombre”, esto podría ser algo así como una frase de un cuento corto, y es posible que hayamos conocido a mujeres que nos hayan hecho daño, pero la frase tiene un contenido creado en sociedad, porque la frase va más allá de las diferencias biológicas demostrables.
Además de tener una idea, o descubrir algo del mundo (que muchas veces es solo una percepción, o algo que me interesa decretar que esto sea así), pues también hay que difundirlo… Y la manera más antigua de transmitir las ideas es precisamente el relato, el cuento, el mito, la leyenda, que son historias que pasan de boca a oreja, de generación en generación, contadas muchísimas veces, en distintas casas o grupos de amistades, y que encajan con alguna de nuestras experiencias (porque son relatos construidos por personas, por eso nos resultan familiares). Lo peculiar del mito es que llevan una orden, un decreto de cómo son las cosas, de cómo es el mundo. ¿Cuál es el problema de esto? Jean Cocteau, escritor francés, decía que “No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría” , o P. J. Goebbles, el conocido político alemán que decía que “una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad”. Si juntamos ambas ideas, pues nos permite entender que el problema de las historias contadas es que pueden contener no solo mentiras, sino que a veces validan situaciones injustas o que realmente no son naturales.
Como siempre, pues todo en su justa medida, hay mitos maravillosos que nos han ayudado a entender cosas difíciles o complejas, como el movimiento de la tierra, los miedos humanos a través de la mitología griega, y todo esto se puede rescatar, disfrutar y aprender (que es lo más maravilloso de la vida). El malestar viene cuando no me identifico con los mitos, cuando siento que todo lo que me han contado no es mi verdad, no lo siento como verdad. Y para salir de este laberinto la llave la tiene el pensamiento crítico, es decir, desmenuzar lo que escuchamos, comprobar qué tanta verdad tiene, y darle un valor. Por poner unos ejemplos, el mito de la hipersexualidad de los hombres lleva a que muchos hombres tengan la presión de tener que ser grandes amantes, cuando en realidad no lo son, y les lleva a vivir con una sensación de constante mentira…, cuando lo natural es experimentar, errar y aprender; el mito de la hipersensibilidad femenina hace que muchas mujeres se sientan incómodas con su propio carácter fuerte (natural y propio), o a cerrar la boca en muchas ocasiones, para no incomodar.
Todas estas construcciones las podemos ver en la música, en el cine, porque tienen especial fuerza en los medios de comunicación de masas, ya que ahí se cuentan historias. Las mujeres suecas que aparecían en el cine español de los años ‘70 no son las mujeres de las películas de Icíar Bollaín, y ambas son mujeres igualmente, pero las historias que se cuentan sobre ellas son bastante diferentes. Esas historias comienzan en vivencias humanas reales: una necesidad, un miedo, una alegría, una duda, un descubrimiento, y construimos el relato para poder ver nuestro propio pensamiento o emoción. Ansel Adams, fotógrafo estadounidense, decía que “Mitos y creencias son las luchas heroicas de comprender la verdad del mundo”. Sin embargo, el mundo está lleno de verdades, en plural, y tanto la historia como la diversidad de culturas, así lo han demostrado. Aquí lo interesante es hacer camino al andar, como decía Machado, tomar todo lo que nos sirve para crecer y aprender, y liberarnos de lo que aprieta, o crear algo nuevo.
El mundo es nuestro relato, y podemos llenarlo de personajes maravillosos y humanos, y de historias reales, que al final del cuento, nos permitan unirnos más como seres humanos.
