Escrito por: Esther Villalba
En muchas ocasiones a lo largo de nuestra vida nos planteamos una serie de cuestiones: ¿quiénes somos? y ¿qué queremos? En la etapa de la juventud estas preguntas son muy frecuentes, sobre todo para saber encauzar nuestro camino. La identidad social es una de esas herramientas que los/as jóvenes deben manejar y poder así resolver en muchas ocasiones algunas de sus cuestiones.
Cada persona tiene una mente diferente y, por ello, desarrolla una identidad personal propia. Pero las personas somos seres sociales y estamos constantemente interactuando con el resto de la sociedad. En estas interacciones, es donde tienen lugar las redes sociales que forman los grupos sociales.
A lo largo de nuestra vida, las personas pertenecemos a distintos y variados grupos sociales. Muchos de estos grupos no pueden ser elegidos, pero la pertenencia que la persona sienta hacia el ese grupo es voluntaria. La pertenencia a esos grupos determina en buena forma cómo somos y cómo nos comportamos, debido a que cuando nos sentimos parte de un grupo tendemos a interiorizar sus normas y valores. Esto es lo que desemboca en diferentes procesos sociales que son denominados identidades sociales.
Nuestros sentimientos, comportamientos y pensamientos son más destacados cuando nos encontramos en situaciones donde la identidad del grupo se ve amenazada por causas externas. Podemos adoptar una determinada identidad social como miembros de un grupo y hacer que triunfe sobre la identidad personal siempre y cuando la prolonguemos hasta convertirla en una extensión del colectivo.
La identidad social nos facilita la interiorización de normas y, además, nos ayuda a empatizar con nuestro grupo de iguales. Con esto queremos llegar a decir que nuestras metas, nuestras relaciones sociales e incluso nuestra personalidad, nos pertenecen y somos dueños/as de elegir nuestro propio camino si nos lo proponemos.