¿Qué es la intimidad?

Por: Angélica Rodríguez 

Podríamos decir que la intimidad es aquello que pasa dentro de un cuarto de baño, debajo de unas sábanas o en el interior de nuestra cabeza y nuestro corazón (o nuestro sentir). ¡Que lo digo yo…, no que esto sean verdades como puños! El caso es que estas situaciones son difíciles de compartir… Muchas veces porque nos asusta ser juzgados/as, pero, sobre todo, porque nos da miedo estar fuera del patrón. De puertas para afuera es fácil comportarnos o decir lo que sabemos que socialmente funciona, son fórmulas que nos permiten relacionarnos con otras personas. A veces preguntamos “¿qué tal?” sin mucho ánimo de escuchar la respuesta, pero es educación, y lo hacemos. 

Algo parecido ocurre con esta tercera ola de corriente feminista. Cansadas, cansados de escuchas las mismas cosas, en ocasiones, no queremos manifestar nuestro malestar ante determinadas circunstancias, porque nos van a decir que ya estamos otra vez con el mismo cuento, así que, mejor agachamos el moño y decimos lo que sabemos que sí funciona, aunque en lo más íntimo nos chirríe lo que estamos diciendo. Y es que, ¿a quién se lo cuentas? Si se lo digo a mi madre, me va a decir: “hija, si es que en los matrimonios hay que aguantar mucho…”; ¿a una amiga? Quizá me diga que “si tiene celos es porque me quiere…”. Y lo cierto es que a veces, el camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Cada consejo nos puede estar llegando desde la intención de ayudarnos, pero termina siendo un zapato que no nos sirve, que no es de nuestra talla, pero que aparentemente, funciona, porque es lo que dicen otras/os. 

Y entonces, ¿cómo sabemos lo que realmente nos hace bien? Otras/os ya vivieron otras vidas, y otras experiencias, y funcionaron con maneras que les resultaron, aunque sea a trancas y barrancas, pero, ¡ahí están! Han salido airosas/os de relaciones que no funcionaron, de dilemas profesionales que resolvieron, y etcétera, etcétera, etcétera… ¡O eso nos cuentan! La vida de nadie es solo el escaparate que muestra, y si bien es cierto que las vivencias de otras personas también son fuente de sabiduría, hay que buscar en lo más profundo de una/o misma/o, para encontrar la respuesta. Pero a hacer algo así no nos enseñan en la escuela… Por echar mano de alguien que se paró a pensar en esto, el filósofo inglés Jonh Locke (que no es sagreño, pero también sabía mucho) decía que el aprendizaje o el conocimiento deberíamos sacarlo de nuestras experiencias personales, pero no en comparación con otras personas. Veréis, en primer lugar, él decía que debemos atender a nuestras sensaciones, en el momento en el que cualquier agente externo (personas, situaciones) tienen efecto sobre nuestras mentes (cuando nos sentimos ofendidas/os, excluidas/os, consideradas/os en menos…), para después ir a la reflexión y, por tanto, valoración de los hechos según aquella sensación. Esto, y solo esto, es lo que nos ayudaría a definir y legitimar nuestra propia visión del mundo… Y parece un poco jaleo, pero no lo es. Cada vez que estamos con un grupo de gente, y tenemos una conversación, sin darnos cuenta, nuestra cabeza busca un referente que otra persona ha vivido o nos ha contado, y solo si nuestra opinión se parece a eso que nos contaron, la validamos. Sí, si ya sé que vivimos en el mundo en el que “yo soy diferente”, pero lo cierto es que no, que nuestra mente lo que busca es el patrón y nuestro corazón sentirse aceptado. Y en base a eso, empieza el desfile de frases aprendidas: “yo es que paso”, “a mí me da exactamente igual lo que otros piensen de mí, yo hago lo que me da la gana”, “es lo que hay”, “yo es que soy así” … Aquí es donde viene la tarea de observarnos, de escucharnos de verdad, de ver qué dicen nuestras sensaciones, de tomar conciencia si a mí en realidad no me está importando la persona que tengo delante mientras digo una frase que en realidad escuché a otro/a, y que repito porque sé que a ella/él le funcionó… No se trata de estigmatizar estas maneras de socialización, si están bien, el problema viene cuando en realidad lo que digo no se corresponde con lo que siento en lo más profundo de mí misma/o. Cuando mi intimidad se queja, pero cierro la boca para no expresar naturalmente lo que siento. Tampoco estamos hablando de contar a voz en cuello los malestares o las incomodidades… Podemos encontrar círculos de confianza (que pueden ser familiares, amigas/os, servicios públicos o sociales), donde compartir, en un entorno en el cual sé que no me van a juzgar, aquello que siento… Pero para eso, primero debo ser honesta/o conmigo misma/o, y darle un espacio a lo que siento, a lo que soy, en definitiva, me guste o no… Porque también, a veces, los gustos pueden venir condicionados por el exterior. La sensación es más espontánea, más neutra, y muchas veces la mejor pista para empezar a explorarnos, a descubrirnos, y a permitirnos ser, sin tanto molde.

Dicen que en boca cerrada no entran moscas… Pero ni las moscas entran, ni la verdad sale con tanto encierro. No hablamos de estar diciendo lo que pensamos (o creemos que pensamos) todo el día… Si ya tenemos muchos/as seguidores/as en las redes sociales, y ya reconocemos el calor que da el aplauso de otros…, y también está bien, es humano querer ser valorado. Pero la intimidad es más bien algo silencioso, calmado, privado, contemplativo (incluso cuando lo que vemos nos duele), aceptarlo, y ver qué podemos hacer con ello… Podemos hacer una revolución social, convertirlo en un cuatro de óleo, en kilómetros corridos, en proyectos en los que podamos ayudar a otras personas, o en artículos en La Villana de La Sagra… Y es que, con frecuencia, cuando nuestra identidad real es reconocida, aceptada, visible (principalmente para nosotras/os) solemos encontrar los caminos correctos, que a menudo son los que de verdad nos hacen más felices, sean más difíciles, o más placenteros.  Es en esa intimidad, da igual si debajo de las sábanas, de la piel, de la mente o del corazón, donde está la llave para ser nosotras/os mismas/ de una vez por todas.  

Desde Proyecto Kieu, hemos empezado un proyecto, a través del cual queremos acompañar a la chavalada de La Sagra en sus relaciones afectivo-sexuales, ayudarles con la duda, crear un espacio de confianza y libre de patrones impuestos, para que surja su identidad natural de una manera pacífica. Por eso, si te apetece contarnos alguna situación que estés viviendo, y en la que creas que necesitas apoyo o ayuda, no dudes en ponerte en contacto con nosotras. ¡Te esperamos!

¡Gracias por sumarte al cambio! Si quieres colaborar con nosotros/as o hacernos cualquier propuesta, recuerda que -además de por nuestras redes sociales- puedes escribirnos a nuestro correo: lavillanadelasagra17@gmail.com

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